Vivir Vilamarín: conectando realidades.
Sep-2016

Hace unas semanas tuve la suerte de disfrutar del festival Vivir Vilamarín, que busca conectar el mundo urbano y rural, con la idea atraer al campo una población urbana cada vez más alejada del estilo de vida y la cultura de los pueblos. Una experiencia llena de encanto, a la que me referí brevemente aquí, y que obliga necesariamente a una reflexión.
El despoblamiento del campo.
Son muchos los autores que han tocado este punto con dramatismo. Viendo el documental que se pasó en Vivir Vilamarín, Pare, escute, olhe, sobre el despoblamiento del nordés portugués, recordaba La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, donde se narra la locura de la soledad que vive el último habitante de un pueblo de la montaña leonesa. .
Llamazares no idealiza la vida en el campo, al contrario, pero incide en el drama de su abandono. En la desestructura a la que se somete a unos habitantes acostumbrados a una determinada cultura y formas de relación. También habla de la resistencia muda ante esta tendencia.
También Luis Landero en su última obra toca el tema, aunque lo hace como un homenaje, como una forma de poner sobre el papel historias personales, una pizca de su cultura de origen, de mantener viva una memoria que sabe que está a punto de perderse.
Landero en El balcón en invierno elogia las comunidades rurales, con nostalgia, su cultura riquísima, vinculada a la tradición, que se pierde y corrompe en su contacto con la ciudad, cuando sus habitantes se mudan a la periferia de las ciudades. Él sí idealiza algo más esa vida rural, aún consciente de su dureza, pero con la valoración de esa forma de vida, se conecta más con las últimas tendencias de atracción de personas al rural, tratando de revitalizarlo.
Motivo de preocupación.
Este tema no sólo se aborda en obras literarias, con mayor o menor carga metafórica. Otros autores lo hacen desde el ensayo, como Zygmunt Bauman, en Tiempos líquidos, inciden en los riesgos del desarraigo y la pérdida de contacto con el campo y el estilo de vida tradicional.
Más recientemente, en nuestro país, Sergio del Molino publicó La España vacía, profundizando en el odio entre el campo y la ciudad. Especialmente de esta última hacia el estilo de vida rural.
La preocupación por ese abandono del mundo rural y la desconexión entre el campo y la ciudad parece un tema recurrente.
La repoblación del rural como tendencia creciente.
Las iniciativas son múltiples en este sentido. Desde alquileres económicos para dar ocupación a viviendas deshabitadas, a solares a bajo coste o emprendimientos sociales o culturales vinculados a zonas rurales.
De esta forma, el pueblo más envejecido de España, Olmeda de la cuesta, en la provincia de Cuenca, ponía a la venta solares a bajo coste con el fin de atraer personas interesadas en edificar en el lugar. De esta forma, un puñado de artistas y artesanos, en su mayoría, hicieron su apuesta por el lugar. Y la tendencia continúa creciendo.
Iniciativas privadas.
Cada vez son más las iniciativas privadas que buscan perpetuar el estilo de vida rural, muy en conexión con la tendencia de decrecimiento sostenible: buscando una forma de aprender a vivir de forma digna con mucho menos, y la necesidad global de no desperdiciar recursos, aprovechando mejor los ya disponibles.
-
«La exclusiva».
Me resultó especialmente interesante la iniciativa de «La exclusiva», una empresa social que parte de dos jóvenes que dan servicio a domicilio en el rural, como una especie de supermercado ambulante en su furgoneta.
Esto, que en teoría existe desde hace tiempo, se ha convertido en algo más que un simple reparto a domicilio: lo mismo dan noticias del estado de salud del abuelo a sus familiares, que cambian una bombilla o se convierten en el único contacto humano que una persona tiene durante días.
Un modelo de negocio humilde, pero suficiente para dos jóvenes que proceden del mundo rural y de un pequeño negocio, la típica taberna-ultramarinos de los pueblos. Una forma de reinventarse continuando pegados a su entorno.
-
Espacio Matrioska.
Más curiosa resulta la iniciativa de Espacio Matrioska. Un grupo de jóvenes madrileños formados en bellas artes crearon el colectivo en el entorno rural de Os Blancos, reacondicionando un espacio municipal en desuso y ofertando diferentes talleres y actividades culturales con el fin de dinamizar el entorno y ser un punto de referencia para artistas interesados en diferentes disciplinas, el mundo rural y la ecología.
Organizan cada año el festival Reina Loba, contribuyendo a la perpetuación de una leyenda local y convirtiéndose en punto de atracción a la zona durante unos días. El gran reto es la continuidad.
«Vivir Vilamarín».
En todo este contexto se desarrolla el festival Vivir Vilamarín. Otra iniciativa privada de una familia de una aldea del municipio de Vilamarín, en Ourense.
Aunque el festival es todo un éxito de público y el ambiente que se respira es excepcional, se realiza sin ningún tipo de ayuda institucional, un claro síntoma del desinterés, cuando el recelo, de las instituciones hacia determinadas iniciativas.
Vivir Vilamarín es un festival humilde pero ambicioso. Humilde porque se realiza con muy pocos medios: no hay grandes escenarios, ni grandes montajes, ni una producción apabullante. Pero es ambicioso en cuanto a la calidad que ofrece, tanto por los artistas y espectáculos que selecciona, con mucho esmero, como por el cuidado de la producción, aún en su escasez de medios, que se suple con mucho esfuerzo y voluntad.
Con todo, lo mejor del festival es el ambiente que se respira: la implicación de los habitantes del pueblo para sacar adelante un festival que sienten como suyo, los coloquios tras cada espectáculo o pase cinematográfico y la fusión entre los urbanitas, como yo, y las personas que todavía resisten en el pueblo, a pesar de las dificultades y la soledad.
Una fantástica iniciativa que esperemos que dure muchos años.
¿Conoces otras iniciativas parecidas?