Sin plan de fuga
Jul-2014
Hay pocas cosas que hayan obsesionado más al hombre que el concepto de libertad. Creo haberlo entendido mal ha provocado grandes males al ser humano. Se han escrito ríos de tinta, leído discursos inflamados, pronunciado graves y elocuentes palabras. Se han derrocado imperios, exterminado razas o justificado los peores crímenes en nombre de la libertad, siempre salpicada de sangre.
La búsqueda ciega e insensata de la libertad ha llevado al hombre a sus peores condenas. A crearse sus propias esclavitudes. Uno de mis trabajos más exigentes es la terapia con toxicómanos. Resulta doloroso comprobar como su lucha contra cualquier límite les ha llevado, en demasiadas ocasiones a la peor privación de su propia libertad personal. Curiosamente para ellos, toda esperanza nace de su propia aceptación de sus límites y de las ataduras que voluntariamente afrontan. Encuentran la libertad justo en la dirección contraria a la que siempre la habían perseguido.
Esta noche, leyendo unas páginas del fascinante Libro de Réquiems, de Mauricio Wiesenthal, me encontré con una reflexión sobre la libertad que resonó en mi cabeza hasta que pude sentarme a redactar estas líneas. El autor, al hilo de la vida aventurera de Giaccomo Casanova, decía:
«[…]un proyecto de fuga en una prisión es mejor que una vida libre, pero sin sentido.»
Wiesenthal reconocía haber aprendido la lección en Citadelle, de Saint-Exupéry, a quien cita:
«Si libero en un desierto a un hombre que no siente nada, ¿qué significa su libertad? Sólo se siente libre quien va a alguna parte. Liberar a un hombre sería enseñarle la sed y trazar un camino hacia un pozo.»
La libertad se disfraza con frecuencia de esclavitud; y ésta suele ocultarse tras una falsa apariencia de libertad, normalmente más próxima al libertinaje.
Sospecho que algo similar ha podido suceder en este país, en el que la sensación de libertad pudo haber sido más intensa en plena dictadura, que en muchos momentos de esta democracia. Como apunta Wiesenthal, la lucha por la democracia podía proporcionar una sensación más real que la propia consecución de ésta. Hoy por hoy, sin un propósito claro, somos como un hombre liberado en el desierto e incapaz de sentir nada. Por eso caminamos erráticos, modificando leyes para solucionar problemas coyunturales, renovando sistemas educativos cada cuatro años, viviendo sin sentido, abocados a la miseria del desierto sin vislumbrar el camino que nos lleva al agua.
Como país cometimos el error de pensar que la democracia era un fin en sí mismo: el punto de llegada a la libertad, olvidando que la democracia no es más que un medio para trazar nuevos rumbos. En cambio, decidimos funcionar como adictos a lo inmediato, rechazando las pequeñas esclavitudes que podrían hacernos sentir libres, revolcándonos en la borrachera especulativa de los nuevos ricos. Tal vez por esa razón nos vemos hoy abocados a condenas mayores: maniatados por la deudas que han implicado nuestros excesos. Despertando, a duras penas, con la peor de las resacas. Como el borracho que se lamenta, la noche siguiente, de haber sido robado en medio de su ceguera.
Sólo nos falta saber si estamos capacitados para inventar, en esta prisión, el plan de fuga que nos ilusione lo bastante como para sentirnos otra vez libres. Y si nos queda el mínimo de compromiso para soñar con materializarlo.
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