El arte de respirar por la herida
Jun-2014
Poesía es respirar por la herida — Leopoldo de Luis
Me gustan las historias de superación. Las anónimas. No las de las grandes figuras públicas que tienen tanto de mérito como de artificio. Me mueven las pequeñas historias de personas como tú y como yo que han sabido, con tesón, alcanzar sus metas. Que no han perdido su tiempo en lamentarse de las dificultades, sino que han sabido continuar adelante sin resignarse a un futuro gris. Que aprendieron a labrarlo con esfuerzo y recogen sus frutos con humildad y dignidad.
María Luisa Mora Alameda es una de esas personas. Alguien que se vio obligada a dejar sus estudios de niña, para trabajar junto a sus padres, en un pueblo castellano; que se casó muy joven y se dedicó, desde entonces, a su familia, a una edad en la que muchas niñas aún no habrían sacado de sus cuartos las muñecas. ¿Quién apostaría un céntimo por su futuro? Su vida, como insinúa entre las líneas de sus libros, no ha sido fácil.
El destino de María Luisa Mora parecía trazado de antemano. Su historia se parecía demasiado a la que tantas mujeres habían vivido antes. Pero ella tenía sus propios planes para aprender a sacar algo en limpio del infortunio.
Para quienes hemos tenido la fortuna de leer alguno de sus poemarios, no resulta difícil imaginar cómo debió ser su relación temprana con la poesía, porque todo está en su obra, extensa y laureada con numerosos e importantes premios: la incomprensión de quienes la rodean, sus dudas ante su propia capacidad, el aislamiento, el esfuerzo por vencer sus limitaciones y ese impulso constante que la lleva a escribir.
Por eso me alegra cada buena noticia relacionada con su obra: sus premios y reconocimientos; o sus nuevas publicaciones, que atesoro como oro en paño, con sus cariñosas dedicatorias, entre la escasa –pero escogida– poesía que habita en mis estantes. No es casualidad que la reciente presentación en Madrid de su obra completa –que ha titulado significativamente El pan que me alimenta– fuera en el literario Café Comercial.
Robert Graves, que antes que como novelista, deseaba ser recordado como poeta, escribió que la poesía es la única profesión culta para la que no existen academias. Y María Luisa Mora no necesitó, para componer sus versos, ninguna más que la que ella misma supo crearse con su esfuerzo. Por eso, ahora que honra como académica a la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, ese reconocimiento quizás le deje en los labios un sabor tan dulce como salado.
Ha sabido, como con tantas cosas en la vida, entender la esencia de la red a pesar de que generacionalmente, y en teoría, no le quedaba cerca. Como hizo siempre, no perdió el tiempo con excusas ni lamentos: no se paralizó ante las dificultades técnicas y las dudas y se atrevió a navegar sin brújula, para descubrir que podía salir de su isla y conocer nuevos mundos, sentirse acompañada en lo virtual y conectar con otras personas con quienes compartía inquietudes. Algo que en en el ciberespacio resulta sencillo para quien, como ella, domina el arte de la generosidad. La suya me hacía sentir que al menos le debía un libro y un puñado de palabras.
María Luisa Mora escribe desde la trinchera de lo cotidiano, donde ha establecido su campo de batalla. Lleva, como las heroínas de otros tiempos, la determinación tatuada en su mirada; y conoce el secreto que hace posible transformar la derrota más amarga en el más hermoso de los poemas: aquel que nos recuerda que la poesía consiste en aprender a vivir respirando a través de las heridas. Así sobrevive, alimentándose de versos que ocultan, en su sencillez, la complejidad que atesoran las pequeñas cosas; ayudándonos a entender mejor nuestra existencia, con la humildad que sólo la Poesía –con mayúscula– puede hacerlo.