Las diez obras literarias que más me han marcado (1)
Sep-2014
He defendido desde siempre que la literatura tiene un carácter práctico que muchas veces no saben ver aquellos que diseñan planes de estudio y reformas educativas. Y hablo de la literatura de verdad, la ficción pura y dura: el arte de contar historias.
Desde muy pequeño tuve acceso a la biblioteca familiar: la de mi abuelo materno, maestro de escuela formado en tiempos de la República, y que poseía una enorme colección de libros, purgada por el miedo al franquismo y la ignorancia de algún aspirante a censor próximo a la familia –algún día contaré esta historia–; y la biblioteca materna, heredera de la de mi abuelo. Ambas me ayudaron a conformar mi interés por la literatura, la narración y la cultura, contribuyendo a familiarizarme, desde muy niño con nombres con Cervantes, Balzac, Dumas, Tolstoi, Verne, Hemingway, Poe o Lope de Vega. La literatura ha sido para mí un refugio y una fuerte de conocimiento, una forma de explorar en el comportamiento humano. Una manera de conocerme y entender mi propia historia.
Hablar con detalle de los libros –sean o no de ficción– que más me han influido sería una tarea extensa y probablemente injusta, porque han sido muchos los autores que me han ayudado a formarme como persona. Por eso he pensado que podría ser más interesante hablar de las obras literarias que más me han marcado que, siendo muchas, resultan un poco más abarcables y, dentro de ellas, he podido seleccionar diez que han tenido para mí una trascendencia especial.
No pretendo con esto realizar una guía de lectura, ni siquiera una selección de las obras con las que más he disfrutado o que podrían ser mis favoritas, sino una especie de homenaje personal a aquellas obras y autores que me dejaron huella, que con su lectura me sirvieron para reflexionar sobre aspectos de mi vida, del arte, de la existencia… Ayudándome a encajar mejor en mi mundo, a sentirme menos solo.
Entre esta semana y la que viene, comentaré brevemente las diez obras literarias que dejaron una huella especial en mi memoria, por las razones que fueran, respetando el orden por el que han venido a mi cabeza.
Éstas son las cinco primeras:
Moby Dick. Hermann Melville
Leer Moby Dick fue para mí toda una experiencia que tuvo mucho de ardua: es difícil olvidar los pasajes más densos y tediosos que, aislados, constituyen todo un tratado de cetología: la vida de las ballenas, sus costumbres, tipos y utilidades, su caza… llenan cientos de páginas que, de entrada, sólo serían de interés para interesados en ellas. Son esos capítulos los que suelen disuadir al lector medio de la lectura de esta obra pero, si sucumbe a la tentación, se estaría perdiendo una obra de un calado impresionante, un experimento literario de enorme magnitud, una aventura asombrosa, a veces rayando en el terror más absoluto y toda una reflexión sobre el bien y el mal, en la que no siempre está claro quién representa qué.
Hay escenas que se van a quedar para siempre grabadas en mi memoria: el arpón forjado en sangre, el doblón de oro clavado en un mástil, el fuego de San Telmo presagiando la desgracia, la belleza y el horror de la leche materna de las ballenas flotando en el mar, mezclada con su propia sangre…
Una novela dura, sin concesiones, atípica y fascinante. A prueba de lecturas apresuradas.
«Permítanos hablar, aunque mostremos todos nuestros defectos y debilidades: porque ser consciente de ello y no esconderlo es una señal de fortaleza».
Las uvas de la ira. John Steinbeck.
Leer a Steinbeck siempre es un placer para mí, incluso sus obras menos logradas. Su gusto por los personajes populares y por la narración pura hace que sus mejores libros sean toda una delicia o el mayor de los dramas. Como la vida misma.
Las uvas de la ira fue la primera obra suya que leí, hace casi veinte años, quedando atrapado desde la primera página por su prosa, y por los avatares de los Joad, esos granjeros víctimas de la crisis económica que llegan a convertirse en extraños en su propia tierra como consecuencia de la pobreza ocasionada por los juegos especulativos de los más ricos.
Acompañar a los Joad a lo largo de su periplo por la célebre Ruta 66 es un auténtico puñetazo en el hígado al sueño americano, al capitalismo más inhumano y un canto en favor de la cooperación y la solidaridad, como firmes valores de las sociedades tradicionales. Su lectura no suele dejar indiferente pero en estos tiempos suele resultar controvertida y creo que muy ilustrativa.
“Las uvas de la ira están engordando en las almas de las personas y se vuelven cada día más pesadas, listas para la vendimia.”
La peste. Albert Camus.
Siento auténtica debilidad por Camus. Y no suelo sentir debilidad por ningún personaje público. Pero Camus siempre será Camus. La primera vez que leí La peste sentí un auténtico golpe en la conciencia que a punto estuvo de noquearme. Su brutal exposición de un colectivo humano a una situación extrema se convirtió, en su pluma, en una auténtica metáfora del horror que asoló a Europa en los años cuarenta. La peste reivindica la solidaridad, la abnegación, el altruismo, la responsabilidad, la dignidad del ser humano como el último patrimonio que éste tiene ante la muerte y el infortunio, así como su importancia y su fragilidad.
Con su lectura, allá en mi juventud, descubrí el concepto de santidad laica, una idea que me sacudió hasta los cimientos y que ha marcado buena parte de mi vida desde entonces.
«¿Quién podría afirmar que una eternidad de dicha puede compensar un instante de dolor humano?»
Cien años de soledad. Gabriel García Márquez.
Detesto que se le llame Gabo a Gabriel García Márquez, como si se hubiera tomado el café con él la tarde anterior. Dicho esto, y dejando de lado mis manías, continuaré diciendo que García Márquez me parece uno de los grandes narradores de la historia, que me ha hecho disfrutar con cada una de las páginas que he leído de sus libros. Cien años de soledad me impresionó desde que leí el primer fragmento en un texto escolar, siendo muy niño, sorprendido ante el descubrimiento del hielo, algo que para mí resultaba tan cotidiano como respirar. Luego, mucho después, cuando estuve preparado para saborear su prosa, me quité uno y mil sombreros ante la historia desbordante y cruel de los Buendía, la riqueza de su lenguaje y de sus imágenes, el universo fantástico que envuelve a toda una saga. Ya le va tocando relectura.
«El coronel Aureliano Buendía entendió, que la vejez, no es mas que un pacto honrado con la soledad».
El Quijote. Miguel de Cervantes.
Sonará tópico, pedante o no sé cómo, pero creo que El Quijote es el libro que más veces he releído. Es cierto que la mayoría de estas lecturas fueron obligadas, tanto en el bachillerato como en la universidad, aunque cada vez más celebradas. De hecho, la última de ellas, ya en pleno siglo XXI, y voluntaria, fue quizás la más satisfactoria de todas, dejándome con la sensación de que El Quijote es una de esas obras que gana con los años que va cumpliendo el lector.
Más allá de los tópicos, de las estampas célebres o del humor grueso, El Quijote sorprende todavía hoy a los lectores despistados por los valores que representa, gracias a la aventura de ese presunto loco que desea vivir sus últimos años “desfaciendo entuertos”, entregándose al sueño desquiciado e insensato de servir a los demás, acorde con su particular modo de entender la vida. Uno de esos libros que cuando uno cierra lo hace con pena, como quien se despide de un viejo amigo al que sabe que tardará tiempo antes de volver a verlo.
«Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias.»