Las diez obras literarias que más me han marcado (2)

Continúo con la lista de las obras literarias que más me han marcado iniciada la semana pasada.

Como ya dije, no tienen un orden lógico sino el que ha ido marcando mi subconsciente. Tampoco se trata de las lecturas que más me han hecho disfrutar o más me han gustado, sino de historias que me siento especialmente orgulloso de haber leído, bien por los valores que me han transmitido, su calidad literaria o las reflexiones a las que me han llevado.

Iniciaba la lista en la primera entrega con las siguientes obras:

  • Moby Dick
  • Las uvas de la ira
  • La peste
  • Cien años de soledad
  • El Quijote.

Prosigo con la lista:

La montaña mágica. Thomas Mann.

La descomunal novela de Mann es una obra para leer sin prisa, como escrita para un lector capaz de entregarse a la lectura como la única cosa que tuviera realmente importancia en su vida.

La montaña mágica toca los grandes temas de la humanidad: la enfermedad, la muerte, el amor, el paso del tiempo…

Es una lectura lenta, morosa, en muchos momentos farragosa, filosófica, de gran profundidad y diferentes niveles de lectura, pero la prosa de Thomas Mann y ciertas escenas lo compensan todo, como los diálogos entre Hans Castorp y Madame Chauchat, o el genial desenlace de las tremendas diatribas entre Nafta y Settembrini, realmente inolvidable.

“Procure recordar que la tolerancia se convierte en un crimen cuando se tiene tolerancia con el mal.”

Lord Jim. Joseph Conrad.

Ésta es una de esas novelas a las que llegué a través del cine, cuando todavía era un niño. Recuerdo ver la película incapaz de separar los ojos de la pantalla, sentado en el suelo del salón de una vecina, fascinado por la gran interpretación de Peter O’Toole y el drama humano que suponía la historia del noble Jim.

Leí el libro muchos años después, con la idea de quitarme la espinita de no haberlo leído antes y me rendí ante la capacidad narrativa del gran autor inglés.

Lord Jim habla del sentimiento de culpa ante el abandono del deber, de la huida, de la expiación y el honor. Conceptos tan decimonónicos que a un político español le quedarían demasiado lejanos.

Jim, a pesar de su espantoso error, será siempre un hombre de honor, “uno de los nuestros”, como repite de forma constante Marlow, el narrador de la historia y tal vez uno de los personajes más parlanchines de la historia de la literatura, ya que es el narrador de cuatro novelas de Joseph Conrad y con probabilidad, un alter ego del propio autor.

Conrad fue marino antes que escritor, ya tardío, y confesaba carecer de imaginación, por lo que se veía obligado a recurrir a su experiencia personal para construir sus historias, por eso la historia de Jim puede resultarnos tan cercana.

Porque creo que ningún hombre llega a entender del todo sus propias artimañas ingeniosas para escapar de la triste sombra del autoconocimiento.

La Regenta. Leopoldo Alas «Clarín».

Si Clarín hubiese nacido ruso o francés a estas alturas es probable que La Regenta se estudiase en todas las universidades del mundo como una de las grandes obras de la literatura del siglo XIX. Pero nació español, un país católico en el que el peso de la religión lastraba el progreso y provocaba historias de amor enfermizas, como la de Ana Ozores y el sacerdote Fermín de Pas.

Una diferencia importante con otras obras europeas que tocaban la temática del adulterio femenino en la época: si Madame Bovary era víctima de las novelas románticas y el carácter pueblerino y Anna Karenina lo era de la rigidez aristocrática, Ana Ozores lo es del catolicismo y la cerrazón de Vetusta, la ciudad provinciana trasunto de Oviedo. En lo que las tres mujeres coincidirían es en tener unos maridos que vivían en la inopia y para los que la mujer era poco menos que un medio de proyección social.

Su retrato del catolicismo provinciano y la actitud de Ana Ozores, La Regenta, convirtió esta obra en dudosa para el catolicismo franquista, de tal forma que siempre estuvo en el punto de mira de la censura.

La Regenta es un libro de gran erudición, pendiente de los grandes temas de interés que se desarrollaban en Europa en diferentes ámbitos y plagado de referencias culturales y científicas, como símbolo de estatus social y elemento diferenciador de la burguesía más acomodada.

«La niña que saltaba del lecho a oscuras era más enérgica que esta Ana de ahora, tenía una fuerza interior pasmosa para resistir sin humillarse las exigencias y las injusticias de las personas frías, secas y caprichosas que la criaban.»

La Odisea. Homero.

Me crié quemándome las pestañas con un maravilloso libro infantil, heredado de la biblioteca familiar, que narraba el fantástico viaje de Ulises por el Mediterráneo, ilustrándolo como fotografías referentes a la cultura mediterránea, los mitos griegos y la propia Odisea. Por eso cuando en mis años universitarios se planteó la lectura de esta obra, me faltó el canto de un duro para ponerme a dar palmas.

La Odisea es la aventura del hombre, enfrentándose a su suerte y a su destino, luchando con todo su ingenio y energía, luchando contra dioses, héroes, elementos y pasiones tratando de regresar a su lugar de origen, eludiendo la muerte y afrontando el infortunio, en un viaje que tiene tanto de exterior como de interior y que está plagado de mitos que están en la base de la cultura occidental.

«¡De qué modo culpan los mortales a los dioses! Dicen que las cosas malas les vienen de ellos, y son los hombres quienes se atraen con sus locuras infortunios no decretados por el destino.»

Kim. Rudyard Kipling.

Me encanta la obra de Kipling, pero toparme con Kim, la historia del niño mestizo protagonista de la novela cuyo nombre da título a la famosa obra de Kipling, fue todo un descubrimiento.

No me resultó difícil empatizar con ese niño pícaro, a caballo entre dos mundos, entre la civilización y la vida vagabunda, incapaz de decantarse entre la responsabilidad y los afectos.

Kim es hijo de un soldado inglés y una mujer hindú, y atesora las cualidades de ambas civilizaciones: la cortesía y cultura británicas y la intuición, habilidad y empatía de la India. Es un niño de la calle, espabilado, pícaro, vagabundo, audaz… Un auténtico hindú, pero también un auténtico británico. Muy a su pesar, un sahib.

Su encuentro con un monje budista, al fin de sus días, viajando con una misión espiritual, hace que Kim emprenda su propio viaje interior, camine hacia la madurez y responsabilidad y sea capaz de decidir su propio futuro, comprometiéndose sin renunciar a su esencia. Una de las más hermosas relaciones que pude encontrarme en la literatura entre un niño y un anciano.

Una novela reflexiva, aventurera, simbólica y llena de amor hacia la India, sus gentes y sus costumbres.

Ésta es una vida breve, pero en su brevedad nos ofrece algunos momentos espléndidos, algunas aventuras cargadas de sentido.

 

Hasta aquí la lista de las diez obras literarias que más me han marcado, aunque por culpa de mis resabios heredados de mi pasado asociado al negocio musical, no puedo evitar incluir un bonus, dedicado a algunas de mis lecturas más afectivas, aunque eso será en la siguiente entrega.

(Continuará.)

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