La canción del mar – Tomm Moore
Jul-2016

Tengo que confesar que no soy aficionado a las películas de animación. No entiendo porqué una película de animación tiene que ser considerada una obra maestra por el mero hecho de ser de dibujos animados. Lo voy a decir claro de una vez: en general, las películas de animación me aburren soberanamente, cuando no las detesto directamente. Por eso me sorprendí al descubrirme interesado por La canción del mar. Al principio fue una simple punzada pero al pasar los días descubrí que no podía sacármela de la cabeza.
Siempre hay un culpable.
Todo empezó cuando fui a ver junto a mi amigo Santi Regreso a Ítaca, que había programado el Cineclube Padre Feijoo de Ourense. Manel, miembro del cineclub que suele dedicar una palabras al público antes de la proyección, comentó que la siguiente semana se proyectaría La canción del mar, dentro de un ciclo dedicado al público infantil. Manel suele vender bien las películas que proyectan, lo que me hace pensar que en otra vida debió ganarse muy bien la vida en un puesto de un mercado fenicio, pero esta vez alguna tecla pulsó que me hizo interesarme por la película.
— La canción del mar tiene una pintaza. –Le susuré a Santi, que confirmó mi impresión.
No me resultó extraño que Santi coincidiera conmigo en esto: los dos somos ferrolanos exiliados en Ourense, así que con frecuencia nuestras conversaciones giran en torno al mar, los barcos, el pescado que comíamos en nuestra tierra y la construcción naval. Lo normal. Para nosotros todo lo relacionado con el mar, de entrada, tiene una pintaza. Fuera como fuese, había mordido el anzuelo que había lanzado Manel. Y de qué manera.
Las dudas.
A medida que iban pasando los días y se acercaba la fecha de la proyección de la película, la idea de ir a verla no se me iba de la cabeza, pero no acababa de verlo claro: qué hacía yo viendo una película de animación.
Sólo unas horas antes de que se pasara La canción del mar continuaba deshojando la margarita: la veo o no la veo. Y entonces me llegó el mensaje de Simone Saibene preguntándome si quedábamos esa tarde. Simone es director de cine y un tipo con una cultura cinéfila y literaria de las que valen la pena frecuentar. En esos momentos estaba con los (pen)últimos retoques de su última película y necesitaba desconectar un poco. Si alguien podía entender que me llamara la atención una película de animación era él: un profesional del cine, y a la vez un tipo culto y sensible. Le comenté lo que estaba pensando y se animó a ir a verla. Ya no había marcha atrás. Para colmo, a última hora, se apuntó también Marta, que tampoco tenía planes. La suerte estaba echada.
Cuando nos encontramos, los tres coincidíamos en que las películas de animación no eran, en general, de nuestro agrado. Sus miradas reflejaban las mismas dudas que yo tenía y mi seguridad comenzó a flaquear. Sólo cinco minutos antes de entrar, Marta propuso que nos fuéramos a picar algo, y a punto estuve de zozobrar, pero Simone supo mantenerse firme al compromiso, en un alarde de responsabilidad y disciplina, aunque sin demasiada convicción. La cosa no iba bien.
Finalmente, como atraídos por un destino inevitable, sacamos las entradas y nos sentamos en nuestras butacas.
Y comenzó La canción del mar.
Lo primero que llama la atención de La canción del mar es la música, la belleza de la balada irlandesa que nos acompaña a lo largo de toda la película. Tiene esa dulzura triste, cargada de melancolía, de las grandes baladas celtas, capaces de evocarnos paraísos perdidos que quizás nunca existieron. Al poco, la pantalla se inunda de colores intensos y los tonos suaves de la acuarela. Y es que, como ya nos había anunciado Manel al comienzo de la película, muchos pasajes del filme están realizados a la manera tradicional: a mano, con acuarela, como la gran artesanía o las grandes obras de arte.
Sin embargo, esto fueron tan sólo las primeras impresiones, porque unos minutos después estábamos totalmente hechizados por la película, por lo eficaz de su guión, perfectamente construido, la ternura de sus personajes, su sentido del humor y la fuerza del mensaje que transmitía.
La sabiduría de las tradiciones.
La canción del mar se inspira en leyendas tradicionales irlandesas, ricas en fábulas, símbolos y seres mitológicos, firmemente enlazados con la salvaje naturaleza de Irlanda. En este caso, Tomm Moore, aprovecha toda esa riqueza tradicional, la envuelve de modernidad y crea una obra capaz de emocionar por su estética cuidada, lo magistralmente que engarza cada elemento y la sensibilidad que transmite en cada fotograma.
La canción del mar fue una experiencia audiovisual de primer orden que pudimos disfrutar en una pantalla grande, gracias a la excelente labor del Cineclube Padre Feijoo. Que tengan larga vida.
Y terminó la película.
Y se encendieron las luces, mientras el color seguía adueñándose de la pantalla durante los títulos de crédito; y, en nuestros oídos, seguían sonando las notas de la canción que nos había acompañado y conmovido durante hora y media. Miré a Simone. «Estoy emocionado, gracias por haberme convencido», me dijo. Busqué a Marta. «No me puedo ni mover». A mí me pasaba lo mismo: estaba emocionado y clavado a la butaca. También aliviado al comprobar que no era el único que me sentía así. Por un momento pensé que el problema, una vez más, era mío, y volvía a ser víctima de mi exceso de sensibilidad. La película estaba demasiado fresca como para haber asimilado y aprovechado adecuadamente su mensaje.
Tardamos nuestro tiempo en salir del influjo de la película. Necesitamos dar un paseo y tomar algo para ir recuperando el pulso. Los tres coincidimos en que habíamos visto algo grande.
No te la pierdas.
No sé si tendrás ocasión de verla en una pantalla grande, como nosotros, pero si es así, no lo dudes y anímate a disfrutar de una gran película. En el peor de los casos, siempre podrás verla en DVD, aunque por supuesto la experiencia no será la misma.
Si has visto la película, estaré encantado de conocer tus opiniones sobre ella, así que puedes dejar tu mensaje en los comentarios en este blog o a través de las redes sociales. Muchas gracias.