Colaboración con Jorge Meis: un proyecto fotográfico

Jorge Meis

Jorge Meis

Uno de los proyectos que siempre he tenido en la cabeza y que nunca he llegado a concretar, es el de una colaboración con mi viejo amigo Jorge Meis, fotógrafo como la copa de un pino que tiene las santas narices de, después de un día de trabajo agotador en un periódico local y de atender sus obligaciones familiares, se dedica a lo que realmente le gusta: seguir haciendo fotos. Sus fotos.

Conocí a Jorge hace más de veinte años, cuando coincidimos trabajando en un pequeño negocio de fotografía. Desde el primer momento me sorprendió de él su compañerismo, enseñándome todo lo que sabía con una generosidad y disponibilidad de la que tomé buena nota en trabajos sucesivos. Nunca se lo dije, pero creo que buena parte de la actitud que tengo con compañeros jóvenes, o que llegan nuevos a la empresa, se la debo a él. Y es que su talla humana siempre estuvo por encima de su calidad artística.

Jorge Meis: en la senda de los maestros

Muy pronto me impresionaron de él sus fotografías en blanco y negro y su oficio: en tiempos de Photoshop resulta dificil creer cómo se retocaban antiguamente las fotografías: a golpe de tinta china, lápices, acuarelas y cortaplumas. Para alguien como yo, recién llegado a la fotografía, con las retinas impresionadas por el arte de Doisneau, Plossu, Riefensthal o Bresson, sus imágenes representaban lo más próximo al gran arte fotográfico.

Recuerdo lo mágico de verlo trabajar en el laboratorio, sumergido en alquimias, controlando perfectamente los tiempos y las pócimas, tapando las zonas que le interesaba tapar, mezclando fotogramas… Jorge Meis siempre fue un gran fotógrafo, un auténtico artista de esos que llegan al arte desde el sudor del oficio.

Suelo destacar de Jorge Meis tres cosas: su perseverancia en el oficio, su compromiso con su actividad artística y que, como fotógrafo, posee algo que me parece un don sólo al alcance de los grandes: saber mirar. Jorge es capaz de ver lo especial o lo mágico que existe en lo cotidiano. Y es que Jorge  no necesita viajar a ningún lugar exótico o en conflicto para conmovernos con sus fotos, no es oportunista: sabe emocionarnos, sacudirnos, desde lo que vemos cada día, mostrándonos ese ángulo que la realidad nos oculta, descubriéndonos que todo estriba en la forma que decidimos mirar. Posee el don del que siempre mira buscando la belleza. Hasta en lo más sórdido o trivial.

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Colaboraciones previas

Aunque cuando nos conocimos yo realizaba torpes intentos por iniciarme en la fotografía, él pronto se dio cuenta que lo que mejor se me daba era la palabra. Por eso, en nuestras conversaciones, cuado hablábamos de proyectos comunes, mi papel siempre era el de escritor. De ahí, también, que nuestra primera colaboración se tradujera en un escrito que hice para una de sus exposiciones. Después de aquello recuerdo haberle ayudado con alguna exposición. Desde entonces, alguna vez le robé fotos para colgarles textos y publicarlos en un blog. Ahí quedó todo.

A lo largo de todos estos años hablamos con frecuencia de volver a colaborar. Ya siempre conmigo en el papel de escritor, pero nunca llegó a tomar cuerpo la cosa. Las dificultades nos parecían insalvables: falta de tiempo de ambos, vivíamos en diferentes ciudades, cuadrar los tiempos…

Lo cierto es que, tanto él como yo, nunca hemos dado demasiada notoriedad a lo que hacíamos: Jorge guarda sus fotos en cajones (o carpetas) de forma desordenada, mezclando arte y reportaje, y yo regalo mis textos con despreocupación. Ésta era la mayor dificultad a la que nos enfrentábamos.

A pesar de todo, debo confesar que hacía tiempo que me retorcía en mi silla al ver las fotos que me llegaban de Jorge a través de las redes sociales: sentía que estábamos dejando pasar la oportunidad de hacer lo que nos apetecía, desaprovechando las posibilidades que nos ofrecía la red de cara al trabajo colaborativo.

No quedaba más remedio que pasar a la acción de una vez por todas. La alternativa de lamentarme el resto de mi vida por no haber dado el paso me resultaba demasiado triste.

Poniéndonos en movimiento

Al fin tengo una colección de más de cien fotos suyas en mi disco duro, todas con la misma temática, esperando a que las ordene, descarte y les coloque mis textos. Queda todo por hacer, pero tras veinte años de espera, siento que he hecho lo más duro, por más que sepa que es mentira.

Sabor a sal, será el título de nuestro proyecto, que queremos transformar en libro, y del que espero ir dando noticia poco a poco, a medida que vayamos avanzando. Ninguno de los dos somos ya aquellos veinteañeros con ganas de comernos el mundo y energías para dar y tomar, pero confieso que todavía se me iluminan los ojos cuando pienso en la idea de ver mis textos publicados al lado de sus fotos.

No sé si lo conseguiremos: la vida es compleja para ambos por nuestras obligaciones y la incertidumbre profesional que acompaña nuestros días, pero vamos a intentarlo con ilusión, trabajo y mucho orgullo, como siempre hemos hecho. Y que el infortunio nos pille sonriendo.

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