
Las novelas que evocan los recuerdos de una infancia feliz suelen ser un oasis emocional parar mí, a pesar de que no idealizo mi niñez, que más bien veo como una etapa vital más, con sus alegrías e ilusiones, pero también con toda su dureza, miedos y amenazas. Aún así, no consigo recordar una sola novela de esta temática que me haya dejado un mal sabor de boca. Inventario del paraíso no es una excepción.
Una novela con niños, de entrada, me tiene ganado. Así me pasó con Las aventuras de Huckleberry Finn, esa maravilla de la evocación infantil sureña, o con Matar un ruiseñor. También disfruté lo mío con Vinieron como golondrinas de William Maxwell, con Chico de barrio de Ermano Olmi, o incluso con novelas en las que la infancia es el punto de arranque de la narración, como sucede con El quinto en discordia de Robertson Davies o Stoner de John Williams. Si una novela evoca la infancia ya me ha conquistado, pero si además viene de alguien a quien aprecias, como es el caso de Inventario del paraíso de Víctor Colden, mi predisposición favorable es total.
El riesgo de leer obras de amigos
Siempre es delicado leer la novela de alguien a quien se aprecia. Cuántas veces nos hemos podido sentir incómodos por no haber conseguido conectar con la obra de un amigo o de alguien que nos cae bien pero cuya obra no nos atrae en lo más mínimo. Es lo peor de tener amigos que se animan a dar pasos en el campo de la creación artística o cultural.
Con Víctor Colden existía este temor, no voy a negarlo, pero se fue disipando poco a poco: primero al tener el libro en las manos y disfrutar de la cuidada edición de Libros Canto y Cuento, más tarde con la lectura de las primeras páginas, llenas de la sensibilidad de la que Víctor Colden hace gala en Gazeta de la melancolía, su blog en Frontera D.
El paraíso perdido
Todo ayuda, durante la lectura de Inventario del paraíso, a conectar con la maravillosa galería de personajes que Colden nos regala: el retrato del abuelo, en años de ruptura de protocolo, siempre rico en anécdotas, retrato de quién sabe en qué consiste la pasión por la vida; la abuela, con la sabiduría popular y el carácter metódico, como contrapunto a la anárquica improvisación del abuelo, y, como actores secundarios, todo el repertorio de parientes: padre y madre, hermanos y hermanas, primos, tíos… Sin olvidar los personajes de reparto y los cameos de toda una galería de personajes populares que contribuyen a colorear la narración. Todo contribuye a evocar el paraíso perdido de una infancia amable.
La apuesta de Víctor Colden es sensorial: una despliegue de sentidos vinculados a palabras evocadoras, cuyo significado ha caído en desuso, ligadas a tiempos pasados. En su taxonomía, Víctor Colden recopila olores, sabores, colores… teñidos de lo emocional del juego infantil, de la ilusión del descubrimiento, la inocencia y el tedio de las horas muertas en el verano sureño.
Un libro para la generación del baby boom
Víctor Colden nos conecta, a quienes nos criamos en los años ‘70, con recuerdos que han podido quedar olvidados: series de televisión, pastelitos, juegos, canciones, lecturas inspiradoras asociadas a la época, pero sobre todo, con una forma de vivir basada en la familia y la comunidad, en la interacción entre generaciones y la creatividad. Aspectos que, en esta España de principios de siglo XXI, parecen demasiado alejadas de las vidas de quienes las disfrutamos.
Inventario del paraíso es una lectura deliciosa, ajena al drama y el conflicto, en los que se supone que el autor no quiere explorar, aunque ambos flotan en ciertos momentos de la novela, presagiando su pérdida, como pasa siempre con todos los paraísos. Víctor Colden no indaga en el momento amargo de la pérdida, sino que rescata sensaciones como la alegría del juego y la broma infantil, la inocencia en las miradas y las pequeñas travesuras, siempre con el gusto por la palabra y el relato. Inventario del paraíso es una tregua en medio del ruido y la furia cotidianas. Y sólo por eso ya vale la pena su lectura.