Escribir a mano
Sep-2016
Me gusta escribir a mano. Ficción. Lo aclaro porque normalmente detesto a escribir a mano otro tipo de cosas: informes, notas, apuntes… Desde niño he tenido esa relación difícil con la escritura porque, así como fui un niño aventajado para la lectura –era capaz de leer perfectamente desde antes de entrar en el parvulario–, no sucedió lo mismo con la escritura, que se convirtió en un auténtico suplicio para mí.
Hoy sé que aquella dificultad era normal: la evolución del aprendizaje es diferente y, aunque con la lectura mi aprendizaje fue muy rápido, anatómicamente no estaba preparado para avanzar al mismo nivel con la escritura, por mucho que se empeñaran mis padres y profesores.
Por más caligrafías que cubriera y por más que me esforzara, era incapaz de realizar progresos adecuados. Me dolía la mano; y los trazos que realizaba siempre parecían torpes. Temblorosos. El resultado era estéticamente desordenado. Aquello, junto con mi dificultad para las matemáticas y lo espacial, fueron los principales lastres de mi rendimiento académico en mi niñez.
Con el paso de los años no mejoró la cosa. Mi letra se reveló como infame y nunca conseguí sentirme totalmente a gusto con ella. Tampoco mejoró mi gusto por la escritura manual, que asocié desde niño a una suerte de martirio del que no podía librarme.
Lo que sí descubrí, con los años, era que la escritura manual tenía una ventaja sobre otras formas de escritura. Era rápida e inmediata. No tenía que abrir ninguna maleta, colocar el papel y ajustar la cinta, como pasaba con la máquina de escribir. Tampoco, como sucedió más tarde, era necesario encender el ordenador, esperar a que cargara, abrir el programa de turno y ponerme a escribir, expuesto a toda suerte de distracciones a un clic de distancia.
La escritura manual me permitía llevar una pequeña libreta en el bolsillo y tomar notas rápidas al momento en cualquier lugar. Esta ventaja comencé a explotarla y se convirtió en algo frecuente verme armado con mi Moleskine en cualquier lugar, tomando notas o redactando borradores que luego llenaba de tachones, para sorpresa de amigos o compañeros.
Hace muchos años, pude escuchar a Antonio Buero Vallejo en una entrevista en televisión, en la que aseguraba que todo lo escribía a mano, y que luego había personas que transcribían todos sus textos. Aseguraba, según creo recordar, que entre el papel y la mano se establecía una relación directa que se traducía en una energía especial a la hora de escribir.
Aquello me inspiró y desde entonces me he esforzado en forjar esa relación especial entre mi mano y el papel. Y por eso tengo tantos cuadernos llenos de bocetos, apuntes, anotaciones, ideas, esquemas o textos completos.
Me he esforzado tanto en esta relación mía con el papel que hace poco, trabajando en Sal en la memoria, el proyecto a medias con el fotógrafo Jorge Meis, decidí realizar todos los textos a mano. Una decisión que, contra lo que pueda parecer, fue enormemente productiva.
Durante el proceso creativo, tenía mi cuaderno siempre abierto por la última página sobre la mesa en la que escribía, con el bolígrafo encima. Cada vez que tenía un momento o me asaltaba una idea, era tan fácil como sentarme a la mesa y ponerme a escribir. Sin tener que esperar, sin encender nada, sin distracciones. Fácil, rápido y eficaz. No hay tecnología que haya superado al papel y el bolígrafo en este sentido.
Esto me sirvió para avanzar muy rápido, ya que no volvía atrás en ningún momento a corregir mis textos. Podía permitirme posponerlo para el momento en que los transcribiera al ordenador.
El resultado fue óptimo. Mi primer borrador lo completé a las pocas semanas. Y entiendo a qué se refería Buero Vallejo en cuanto a la energía con que trabajaba. Como también entiendo a otros autores que confiesan continuar escribiendo a mano.
A día de hoy creo que no hay mejor sistema de escritura y por eso continúo aferrado a esa tecnología arcaica pero efectiva que es el bolígrafo y el papel. Aunque antes o después resulte inevitable enfrentarse al teclado y la pantalla, no cambio todas sus ventajas por lo inmediato y lo orgánico de la escritura a mano. Me cueste lo que me cueste.