Canciones de amor a quemarropa – Nickolas Butler
Nov-2015

Canciones de amor a quemarropa es el excelente debut como novelista de Nickolas Butler, que se estrena con una novela que deja agradables sensaciones, tocando temas clásicos como la amistad, el amor, la nostalgia o la soledad, reflexionando además sobre el proceso creativo, el compromiso que exige y el éxito.
Canciones de amor a quemarropa: Shotgun Lovesongs
Si te pasa como a mí, es fácil que el título de Canciones de amor a quemarropa te remita a Amor a quemarropa, la película que Tony Scott filmó en los primeros años ’90, con Christian Slater y Patricia Arquette como protagonistas (aunque al final fueran «devorados» por el duelo entre Christopher Walken y Dennis Hopper) y guión de Quentin Tarantino. No tienen nada que ver, salvo la coincidencia en la traducción de los títulos: la novela de Nickolas Butler se titula originalmente Shotgun Lovesongs y la película de Scott True Romance. Cosas de las arbitrarias traducciones de los títulos extranjeros en este país.
Fenómeno indie
La novela nos llega de la mano de Libros del asteroide (ya sabes, mi editorial favorita) tras ser todo un fenómeno en los Estados Unidos, hasta el punto de que en el New York Times se llega a decir de Butler que «escribe con una refrescante falta de vanidad», en una frase digna de faja promocional y que sólo puede ser sinónimo de ventas, a las que seguro no fue ajeno el New York Times.
Muy a mi pesar, dados mis prejuicios con los autores noveles y ciertos excesos promocionales, me veo obligado a reconocer que la novela me ha hecho disfrutar: debo estar superando ese síndrome de lector de autores muertos que hace un tiempo descubrí que compartía con un personaje de Murakami.
Si además tenemos en cuenta que esta novela nació de la necesidad del autor de explicar a sus compañeros de la escuela de escritores de Iowa, podemos decir sin reparos que lo de Butler ha sido debutar y besar el santo.
Regreso a Wisconsin
La obra de Butler gira en torno a la historia de un grupo de amigos en una pequeña población rural de los Estados Unidos, Little Wing, a la que regresa de vez en cuando uno de ellos tras triunfar como artista de rock, cambiando las rutinas y los equilibrios en las vidas de sus amigos.
La novela está narrada a varias voces que nos muestran las relaciones que se establecen entre cada uno de los protagonistas desde diferentes ángulos, enriqueciendo la lectura con planos que van surgiendo a medida que avanzamos en la historia.
Wisconsin, la patria chica de Lee, es a la vez el paraíso perdido y el infierno, el lugar en el que todo empieza, del que marchar, al que regresar y en el que quedarse. Nieve, soledad y un concepto de comunidad, de amistad y de familia que parece pertenecer a otros tiempos.
Una vuelta a las raíces
Toda la historia gira en torno a Lee, ese nativo de Little Wing que regresa buscando la paz del terruño, la calidez de las viejas amistades tras conocer el éxito y la fama con sus discos de rock, que le llevan a giras internacionales, parejas glamurosas y gustos caros sin conseguir sacudirse la pátina pueblerina y la nostalgia del campo.
Lee sabe mejor que nadie que todo se lo debe a su Little Wing natal. Y es que, como escribió Kavafis, su pueblo fue quien le dio su bello viaje: sin él nunca habría emprendido el camino.
La imprescindible voz femenina
A pesar de que el peso de la historia recae sobre los protagonistas masculinos, es la voz de Beth, la mujer del mejor amigo de Lee, quien aporta luz a una historia que, de otra forma quedaría coja. Es su relato el que nos muestra el lado oscuro de la historia, el auténtico sacrificio y las dudas de alguien que, en un momento dado, debe elegir entre la seguridad y la aventura. Y elige sin mirar atrás.
Es Beth quien demuestra que no todo es tan idílico en Little Wing. Suyo es el pragmatismo, el valor y el compromiso consciente. Para los hombres quedan el negarse a crecer, la mala gestión emocional, los devaneos y los excesos.
No sé qué pensaran las lectoras más críticas con las voces femeninas narradas por hombres pero a mí Beth me suena auténtica. Como toda la novela. Y esto es algo que no he dejado de agradecer en cada párrafo. En cualquier caso, estaré encantado de conocer los puntos de vista femeninos, así que si alguna lectora de este blog ha leído el libro me gustaría conocer su opinión al respecto.
La soledad del proceso creativo
En mi opinión, éste es uno de los pasajes más logrados de la novela: el momento en que el autor describe todo el proceso creativo de Lee, su trabajo duro y solitario partiendo de la emoción procesada por la técnica, evitando el momento, a la espera del momento y el empujón adecuados.
Me gusta especialmente esta parte de la obra porque, a diferencia de otros autores, Butler no se centra en su propio ombligo y utiliza al músico para hablar de sí mismo, permitiéndonos acercarnos a lo que pudo ser la creación de su propia novela.
El arte como elemento curativo
Cualquiera que haya pasado por un momento crítico sabe que no hay nada como las rutinas diarias para ayudarnos a superarlo. En este caso, Lee convierte la creación artística en su rutina, con la ventaja de que le permite reflexionar sobre sus propios sentimientos, en un paso hacia el autoconocimiento y la aceptación.
En este caso, el autor, a través del propio Lee, nos cuenta como la creación permite afrontar sentimientos como la pérdida, la nostalgia, la culpa o la soledad, desde el trabajo constante y reflexivo prolongado en el tiempo. Cómo esto permite cerrar heridas y continuar avanzando, haciendo en la honestidad del trabajo resida el éxito, porque el éxito, en sí mismo, está incluido en el propio proceso.
Una lectura agradable
Canciones de amor a quemarropa es una novela que se lee con placer, un punto de nostalgia y una sonrisa en la boca, con la que nos podremos identificar sin problemas todos aquellos que una vez tuvimos que dejar atrás el pequeño lugar en el que transcurrió nuestra adolescencia. Una lectura agradable ideal para los meses de invierno que se avecinan, en los que no nos costará demasiado evocar la nieve omnipresente en la obra.
Cierro con una curiosidad: aunque Nickolas Butler asegura que la música que lo acompañó mientras escribía fue la de Miles Dives, Coltrane o Bill Evans, la historia suena a folk, a guitarras acústicas y voces ásperas. Al placer punzante de la melancolía y el desamor. Algo muy parecido a esto:
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