Ante todo, educación

Se escucha mucho en los últimos tiempos que uno de los problemas de desempleo que hay en este país es la baja cualificación de los desempleados. Muchos han abandonado sus estudios, de forma prematura, para dedicarse a trabajar en oficios que hicieron su agosto a la sombra de la construcción y sus chanchullos. Personas que no supieron apostar por los resultados a largo plazo; y que se vieron tentadas por los cantos de sirena del dinero, que les abriría las puertas de su hipoteca de trescientos mil euros, su coche deportivo, su teléfono móvil de última generación, las vacaciones a crédito en Cancún, las Rayban, algún que otro vicio caro, y la tele de cincuenta pulgadas. Personas que, espoleadas por sus bancos, vivieron por encima de las posibilidades que éstos les vendían.

Otro de los mantras que corea el ejército de tertulianos y expertos –cualificados o no–  , es el de la «generación mejor preparada de la historia», que lo es porque ha terminado una carrera universitaria en los últimos diez años. Me gustaría comparar la formación recibida hoy por un estudiante de magisterio con la que recibió mi abuelo como maestro en el año 1934, pero esto es otra historia. Volviendo al tema: lo que se le cuenta hasta la náusea a esta «generación», paradójicamente, es que puede tener un problema de sobrecualificación. Dicho en lengua romance: que deberían haber estudiado formación profesional, ya que los estudios universitarios son para la élite. Un problema, el de la sobrecualificación, que sin embargo no parece serlo tanto para aquellos con solvencia para comprar títulos en la enseñanza privada.

Volviendo al tema de la baja cualificación, de lo que nadie habla es de que ésta todavía hoy es muy frecuente entre directivos o grandes empresarios. Por no hablar de presidentes del gobierno o de la diputación, altos cargos, asesores y otros puestos de libre designación. Uno de los primeros jefes que tuve apenas sabía leer, pero tampoco le hacía falta: sabía sumar y multiplicar. Restar y dividir lo dejaba para los perdedores.

Todavía sucede que muchos de los responsables de juzgar la capacitación profesional de la «generación mejor preparada de la historia de este país» tienen menos cualificación que aquellos a quienes contratan. Esto es un problema en muchos casos: no sólo no saben valorar adecuadamente ciertas aptitudes, sino que muchas veces viven acomplejados, desconfiados y temerosos de perder su puesto a manos de esas personas tan preparadas. Se habla de excelencia, de bajar sueldos, de productividad… Pero casi nunca aplicadas a directivos y empresarios.

La contradicción me resulta mareante: por una parte la baja cualificación es mala; pero si es alta, también puede serlo; y además, muchos de los directivos y empresarios, incluso los más ricos e importantes de este país, carecen de estudios. ¿Y si el problema no fuera la alta o baja cualificación en forma de diploma?

No hace mucho pude presenciar como, en una clase universitaria, nadie se atrevía a responder una pregunta cuya respuesta todos afirmaron conocer, una vez que el profesor desistió de escucharla de boca de algún alumno. Al preguntarles por qué no habían dado la respuesta, ya que la conocían, todos coincidían en lo mismo: por miedo a equivocarse. Y miedo a destacar, añadiría yo. Lo que implica un miedo implícito a aceptar responsabilidades y liderazgo. Me pregunto cómo alguien que teme equivocarse respondiendo una simple pregunta, en un entorno formativo, puede afrontar los retos que se nos presentan por delante. Cómo podemos aprender si tenemos miedo a equivocarnos… y quizás a la penitencia que conlleve.

El problema no está en la baja ni la alta cualificación. El problema es que se nos educa para no destacar, para no equivocarnos y no soportar así el estigma del fracaso –la mejor forma de no arriesgar es no hacer nada–. Lo importante es no salirnos del renglón que se nos ha trazado; y todo está estructurado en base a ello: desde la guardería hasta la universidad, pasando por las leyes para emprendedores, todo está modelado de acuerdo a la cultura de un país con una inexistente tradición democrática, pero una larga tradición de oscurantismo y apariencias, que provoca un acomplejamiento que hace que esté tan mal visto destacar, como hablar de dinero o ejercer un oficio. Poco hemos evolucionado desde el Siglo de Oro, por más que la partida la hayan ganado claramente los países no católicos, aunque nunca podrán decir que son españoles y que ganaron el último mundial de fútbol. No se puede tener todo.

El problema está en que, con demasiada frecuencia, se confunden educación y cultura con formación. Se cree que ésta es garantía de aquéllas; y que es obligación del Estado proporcionarlas. De esta forma, los jóvenes no se sienten responsables de adquirir unas bases sólidas, sino de obtener un título, sus padres delegan la educación y la cultura en el Estado; y éste da boqueadas y se ocupa de pensar cómo sus amigos y allegados pueden arañar dividendos del negocio de los diplomas, que debe ser magnífico, cuando ya Gabriel Jackson, en La República Española y la Guerra Civil, apuntaba a retirar al clero la enseñanza como una de las causas de la guerra.

Como sociedad, abandonamos lo que sería la mejor de las inversiones a largo plazo: apostar por una Educación que sólo un país habitado por irresponsables, ignorantes y corruptos de todos los colores podría permitirse despreciar con hechos que van más allá de las palabras; y que debería estar muy por encima de leyes, reformas y contrarreformas o la propaganda –laica o religiosa– con que a veces se quiere confundir.

Ningún gobernante va a tener las agallas de acometer cambios profundos, dado que su visión no va más allá de sus cuatro años de gobierno. Los cambios importantes, sólidos, los duraderos, tendrán que llegar, como siempre, desde abajo.  Iniciarse en nosotros mismos; porque cuando los estados agonizan, sólo queda la responsabilidad individual y colectiva de sus ciudadanos. Algo para lo que nadie va a avalarnos nunca con un diploma.

8 Comments

  1. Ali ia Herrero Saiz dice:

    Enhorabuena por tu certero análisis. Está claro que la posibilidad de cambio siempre está en nuestras manos pero siempre hay un mar de fondo que lo mueve todo y nuestros pequeños movimientos son barquitos de papel llenos de sueños.

  2. Mil gracias por tu comentario, Alicia. Por supuesto que hay factores que no podemos controlar, pero la única forma de navegar en la incertidumbre con una mínima garantía de éxito es aferrándonos a nuestra responsabilidad individual. A partir de ahí podremos pensar en responsabilidades colectivas. Un abrazo.

  3. Otra de las paradojas que se dan respecto del número de titulados universitarios desempleados o que ejercen trabajos de forma sobrecualificada es que todo el mundo está de acuerdo: «Estos últimos años ha habido demasiada gente en la universidad, se planificó mal la enseñanza universitaria, debería haber menos plazas en la universidad».
    Sin embargo, en este país que lleva 25 años suspendiendo en valoración a sus presidentes del gobierno y otorgándoles la mayoría absoluta, a nadie se le ha ocurrido que en vez de invertir el dinero del estado en crear puestos de trabajo en la construcción como se ha venido haciendo debería haberse invertido en crear puestos de trabajo cualificados, que son, a fin de cuentas, los que hacen rico a un Estado.
    Pero claro, he dicho a un Estado, no a sus gobernantes.

    1. Algo muy importante ha tenido que fallar, Santiago, cuando hemos permitido todo esto. Me temo que la clave está, como en tantas otras cosas, en que hemos buscado como sociedad resultados a corto plazo. Nos hemos vendido por un plato de lentejas. Un abrazo y gracias por tus aportaciones. Voy a echarle un vistazo a ese blog que aparece en tu perfil 😉

      1. Totalmente de acuerdo en lo que dices, somos una sociedad complementada con anteojeras, todos y cada uno.

        El blog lo he comenzado para seguir tu consejo de aprender compartiendo, abierto a todo aportación para mejorar.

        Un saludo.

        1. ¡Pues bien por ello! Ahora ya sabes: mucha constancia y paciencia. Un abrazo 😉

  4. M. Ángeles Bachiller dice:

    Me ha encantado tu entrada, Gabriel. Y leer a Alicia opinando por aquí me encanta también. Estoy absolutamente de acuerdo con Santiago Villares, siempre será un error desestimar la incentivación para la alta cualificación y la investigación, con repercusiones a largo plazo en todos los ámbitos sociales. Y de acuerdo, por supuesto, con Gabriel, en una sociedad donde la iglesia enseña cómo culparse cuando uno se equivoca es difícil abrirse camino asumiendo nuevos riesgos.

    1. Nuestra cultura es católica y en cosas como la que comentas, se hace evidente. Y así nos vamos condenando, paso a paso: por miedo a que un error nos aleje de un hipotético paraíso nos vemos en este purgatorio, ya de camino hacia el infierno… Gracias Ángeles por participar con tu aportación.

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